El hombre que se arrepintió de arrepentirse
- Posted by Maria Jimenez
- Categories Advanced Readings
- Date June 25, 2025
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No fue el primero, pero sí el que más veces volvió atrás.
Nadie recordaba su nombre. Ni él.
Algunos lo llamaban “el trazo”, porque aparecía como una línea en las vidas de otros, breve y recta. Otros lo conocieron como “el que sabía demasiado”, aunque nunca decía nada. Solo aparecía, susurraba algo, y todo cambiaba.
Había aprendido a moverse entre momentos con una habilidad silenciosa, como si el tiempo fuera una cuerda floja que solo él podía cruzar. Pero cada vez que volvía, dejaba algo atrás: una risa, una fecha, una palabra que ya no tenía sentido.
Al principio, lo hacía por razones nobles. **Salvar a su madre** antes del accidente. **No decir aquello en aquella discusión.** **Besarla cuando aún tenía tiempo.**
Cada salto lo hacía sentirse más fuerte. **Más sabio.**
Pero el tiempo, como todo lo que se toca demasiado, se resiente.
***
Un día regresó a su ciudad natal. O lo que quedaba de ella.
Los colores eran más fríos. Las calles, parecidas pero no iguales. La cafetería donde solía escribir ya no existía. Y la mujer a la que alguna vez amó… vivía feliz con otro.
Él había cambiado tanto el pasado que ya no tenía lugar en ninguno.
***
La primera vez que se dio cuenta fue con los libros.
Una mañana despertó en un apartamento de paredes vacías. No recordaba mudarse. Fue a buscar sus libros favoritos —los que había leído decenas de veces— y no reconoció los títulos. El lomo decía lo mismo, pero las historias eran distintas.
Fue entonces cuando comprendió: **cada cambio borraba algo más que un evento. Borraba también el significado**.
Empezó a escribir en una libreta lo que recordaba: nombres, rostros, promesas. A veces despertaba sin saber por qué lloraba. O sin saber el idioma de una canción que antes le hacía temblar.
Se convenció de que una vez había sido feliz. Pero ya no recordaba cuándo.
***
En uno de sus últimos intentos, evitó que un niño cayera al río. No era su hijo, ni su sobrino, ni siquiera alguien conocido. Pero su reflejo en el agua le recordó a alguien que ya no podía nombrar.
Lo salvó.
Pero al hacerlo, ya no supo si alguna vez había tenido hermanos.
Ni siquiera si él mismo había tenido infancia.
***
Un día despertó frente a una mujer que lo miraba con desconfianza. Ella tenía ojos que alguna vez amó, aunque no sabía de qué tiempo.
—¿Nos conocemos? —preguntó ella.
Él quiso decir que sí. Que fueron algo. Que una vez ella le dijo “no me olvides” y él lo había jurado.
Pero no dijo nada.
Solo sonrió y respondió:
—Todavía no.
***
Cuando ya no supo a dónde volver, regresó al único lugar que no había cambiado: el banco del parque frente al lago.
Se sentó con la libreta entre las manos. Había escrito todo lo que pudo recordar. Lo que creía que era su historia.
> “Primera línea: mamá. Última línea: ¿yo?”
El sol caía lento. El viento no traía nada.
Una niña se le acercó. Le ofreció un caramelo rojo.
—¿Estás esperando a alguien? —preguntó.
Él miró el papel de su libreta, como si buscara una respuesta.
—No lo sé —dijo.
La niña se quedó a su lado en silencio. Después de unos minutos, se levantó y le dijo algo que no había oído en años:
—No te pongas triste. A veces no cambiar nada… es lo mejor que puedes hacer.
Y se fue corriendo.
***
Aquella noche, por primera vez, no pensó en retroceder. Ni en corregir. Ni en intentar de nuevo.
Cerró la libreta.
Y dejó de arrepentirse de arrepentirse.